MODERNOS Y ELEGANTES
JULIO LLAMAZARES 13/05/1993, El País.
Desde que las insignias
se llaman pins; los homosexuales, gays; las comidas frías, lunchs,
y los repartos de cine, castings, este país no es el mismo. Ahora es
mucho más moderno. Durante muchos años, los españoles estuvimos hablando en
prosa sin enteramos. Y, lo que es todavía peor, sin damos cuenta siquiera de lo
atrasados que estábamos. Los niños leían tebeos en vez de cómics, los jóvenes
hacían fiestas en vez de parties, los estudiantes pegaban pósters
creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de business,
las secretarias usaban medias en vez de panties, y los obreros, tan
ordinarios, sacaban la fiambrera al mediodía en vez del catering. Yo
mismo, en el colegio, hice aeróbic muchas veces, pero como no lo sabía
-ni usaba, por supuesto, las mallas adecuadas-, no me sirvió de nada. En mi
ignorancia, creía que hacía gimnasia.
Afortunadamente, todo esto ya ha cambiado. Hoy, España es un
país rico a punto de entrar en Maastricht, y a los españoles se nos nota el
cambio simplemente cuando hablamos, lo cual es muy importante. El lenguaje, ya
se sabe, es como la prueba del algodón: no engaña. No es lo mismo decir bacón
que tocino -aunque tenga igual de grasa-, ni vestíbulo que hall, ni
inconveniente que hándicap. Las cosas, en otro idioma, mejoran mucho y
tienen mayor prestancia. Sobre todo en inglés, que es el idioma que manda.
Desde que Nueva York es la capital del mundo, nadie es realmente
moderno mientras no diga en inglés un mínimo de cien palabras. Desde ese punto
de vista, los españoles estamos ya completamente modernizados. Es más, creo que
hoy en el mundo no hay nadie que nos iguale. Porque, mientras en otros países
toman sólo del inglés las palabras que no tienen -bien porque sus idiomas son
pobres, cosa que no es nuestro caso, o bien porque pertenecen a lenguajes de
reciente creación, como el de la economía o el de la informática- nosotros más
generosos, hemos ido más allá y hemos adoptado incluso las que no nos hacían
falta. Lo cual demuestra nuestra apertura y nuestra capacidad para superarnos.
Así, ahora, por ejemplo, ya no decimos bizcocho, sino plum-cake,
que queda mucho más fino, ni tenemos sentimientos, sino feelings, que es
mucho más elegante. Y de la misma manera, sacamos tickets, compramos compacts,
usamos kleenex, comemos sandwichs, vamos al pub, quedamos groggies,
hacemos rappel y, los domingos, cuando salimos al campo -que algunos,
los más modernos, lo llaman country-, en lugar de acampar como hasta
ahora, vivaqueamos o hacemos camping. Y todo ello, ya digo, con
la mayor naturalidad y sin damos apenas importancia.
Obviamente, esos cambios de lenguaje han influido en nuestras
costumbres y han cambiado nuestro aspecto, que ahora es mucho más moderno y
elegante. Por ejemplo, los españoles ya no usamos calzoncillos, sino slips,
lo que nos permite marcar paquete con más soltura que a nuestros padres; ya no
nos ponemos ropa, sino marcas; ya no tomamos café, sino coffee, que es
infinitamente mejor, sobre todo si va mojado, en lugar de con galletas, que es
una vulgaridad, con cereales tostados. Y cuando nos afeitamos, nos ponemos after-shave,
que aunque parezca lo mismo, deja más fresca la cara.
En el plano colectivo ocurre exactamente lo mismo que pasa a
nivel privado: todo ha evolucionado. En España, por ejemplo, hoy la gente ya no
corre: hace jogging o footing (depende mucho del chándal y de la
impedimenta que se le añada); ya no anda, ahora hace senderismo; ya no estudia:
hace masters; ya no aparca: deja el coche en el parking, que es
muchísimo más práctico. Hasta los suicidas, cuando se tiran de un puente, ya no
se tiran. Hacen puenting, que es más in, aunque, si falla la cuerda, se
matan igual que antes. Entre los profesionales, la cosa ya es exagerada. No es
que seamos modernos; es que estamos ya a años luz de los mismísimos americanos.
En la oficina, por ejemplo, el jefe ya no es el jefe; es el boss, y está
siempre reunido con la public-relations y el asesor de imagen o va a
hacer business a Holland junto con su secretaria. En su maletín
de mano, al revés que los de antes, que lo llevaban repleto de papeles y de
latas de fabada, lleva tan sólo un teléfono y un faxmodem por si acaso.
La secretaria tampoco, le va a la zaga. Aunque seguramente es de Cuenca, ahora
ya no lleva agenda ni confecciona listados. Ahora hace mailings y trainings
-y press-books para la prensa-, y cuando acaba el trabajo va al gimnasio a
hacer gim-Jazz o a la academia de baile para bailar sevillanas. Allí se
encuentra con todas las de la jet, que vienen de hacerse liffings, y
con alguna top-model amante del body-fitness y del yogourt
desnatado. Todas toman, por supuesto, cosas light, y ya no fuman tabaco,
que ahora es una cosa out, y cuando acuden a un cocktail toman bitter
y roastbeef, que, aunque parezca lo mismo, es mucho más digestivo y engorda
menos que la carne asada.
En la televisión, entre tanto, ya nadie hace entrevistas ni
presenta, como antes, un programa. Ahora hacen interviews y presentan magazines,
que dan mucha más prestancia, aunque aparezcan siempre los mismos y con los
mismos collares. Si el presentador dice mucho 0. K. y se mueve todo el rato, al
magazine se le llama show -que es distinto que espectáculo-, y si
éste es un show heavy, es decir, tiene carnaza, se le adjetiva de reality
para quitarle la cosa cutre que tendría en castellano. Entre medias, por
supuesto, ya no nos ponen anuncios, sitio spots, que, aparte de ser
mejores, nos permiten hacer zapping. En el deporte del basket
-que antes era el baloncesto-, los clubs ya no se eliminan, sino que
juegan play-offs, que son más emocionantes, y a los patrocinadores se
les llama sponsors, que para eso son los que pagan. El mercado ahora es
el marketing; el autoservicio, el self-service; el escalafón, el ranking;
el solomillo, el steak (incluso aunque no sea tártaro); la gente guapa,
la beautiful, y el representante, el manager. Y desde hace algún
tiempo, también, los importantes son vips; los auriculares, walk-man; los
puestos de venta, stands; los ejecutivos, yuppies; las niñeras, baby-sitters,
y los derechos de autor, royalties. Hasta los pobres ya no son
pobres. Ahora los llamamos homeless, como en América, lo que indica
hasta qué punto hemos evolucionado.
Para ser ricos del todo y quitarnos el complejo de país tercermundista
que tuvimos algún tiempo y que tanto nos avergonzaba, sólo nos queda ya decir con acento americano la única palabra
que el español ha exportado al mundo: siesta.
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