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viernes, 8 de marzo de 2019

CONCURSO MICRORRELATOS 2019-Una mirada retrospectiva - Ganadora del concurso de Microrrelatos 2015-2016, categoría B, 4º E.S.O.-C - CAROLINA MUÑOZ


Entre horas.

Las puertas metálicas se abrieron ante mí y sentí cómo el frío del aire acondicionado refrescaba mi cuerpo, mientras oía una dulce melodía ambiental, proveniente del interior de la tienda, que me invitaba a entrar.
Cuando pasé, saqué una brillante moneda de un euro y la metí en uno de los carritos rojos que se amontonaban a mi derecha, sabiendo lo que venía a continuación.
Avancé al interior del establecimiento, dividido en pasillos, mientras la boca ya me salivaba tan sólo con pensar lo que vendría apenas un par de horas después.
Crucé con rapidez por el pasillo de los frescos, pues nada que pudiese interesarme iba a encontrarse allí. Seguí paseando hasta que aquel laberinto con luz fluorescente me condujo hasta los lácteos. Dos copas de chocolate, queso, unas natillas y un arroz con leche cayeron al carro. Proseguí por los congelados. Se sumaron a la fiesta tres tarrinas de helado de diferentes sabores y unas patatas fritas que bañaría en kétchup después. Y por fin, llegábamos a mi parte favorita. Nada más y nada menos que dos pasillos enteros de dulces llenos de galletas de todas las marcas, formas y sabores; crema de cacahuete y de chocolate con avellanas, donuts, etcétera. Todas esas grasas trans y azúcares refinados odiados por dietistas y dentistas. El paraíso de la bollería industrial y, sobre todo, el mío.
Mientras mis ojos adquirían un brillo especial, a mi lado pasó un niño regordete que lloraba y corría alborotadamente con una bolsa de patatas fritas en la mano izquierda. Detrás suyo, una mujer de ojos negros y con un rubio más bien poco natural intentaba alcanzarle. El chiquillo era bastante más ágil que ella, a pesar de su sobrepeso, o al menos cogía mejor las curvas, porque, al girar una esquina, él siguió por el supermercado, mientras ella chocaba contra una gran pila de latas de tomate Orlando que cayeron contra el suelo provocando un gran escándalo. 
- A7 en el pasillo seis. Cajera ocho, acuda, por favor.
Sin embargo, a pesar del escándalo que se había formado a apenas unos diez o quince metros de mí, yo no me enteré de nada. Estaba absorta fantaseando, casi hasta eróticamente, con el disfrute de deleitar todo lo que había dentro de ese carrito de la compra que se desviaba constantemente a la derecha.
Después de acabar de coger todo lo que quería, fui hasta la caja. Tras ponerme en la fila, una señora mayor, de unos sesenta años, se colocó detrás de mí. Con unos movimientos lentos, pequeños y precisos intentó avanzar delante de mí. Desde entonces llevo pensando que al llegar a la tercera edad te enseñan una táctica ninja para poder colarte en cualquier situación, como si tuvieses que darte prisa porque la muerte te pisa los talones, y no tuvieses tiempo de esperar.
Volviendo a aquel momento, evité en el último instante que me adelantase. Cualquier otro día se lo hubiese permitido, pero no aquel. Mi ansiedad por pagar mi compra, llegar a casa y devorarla era demasiado grande.

(Dos años después)
Era pura decadencia. Con aquella bata llena de mugre, miré fijamente a mi reflejo, en aquel espejo de habitación de clínica barata. Llevaba preguntándome cómo había acabado así desde que ingresé. Mi caso de bulimia se había agravado cada vez más, y no quedó otra que meterme a aquella institución “¿Cómo ha pasado todo esto?”, me decía en alto, casi gritando, desesperada. Y entonces volví a aquel momento, en aquel supermercado. Por fin pude comprender cómo ocurrió…


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