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jueves, 15 de febrero de 2018

PRACTICAMOS LA ESCRITURA
Seguimos con las producciones de nuestros alumnos.

" La lectura hace al hombre completo; la conversación, ágil; y el escribir, preciso" Francis Bacon


EL INFIERNO
Por Garbiñe Etxeberria, 3º ESO

Entrar al portal y sentirte encerrada en una cárcel profunda y llena de dolor. Subir las escaleras con todas las bolsas en tus brazos, mientras tu cabeza se está mentalizando de todo lo que te va a pasar. Llegar. Estar en la entrada y dudar si pasar o no.
Tras unos minutos, decides abrir el umbral de tu infierno. Con miedo y angustia consigues dar unos pasos y cerrar la puerta. Te quedas unos instantes escuchando, por si en esa prisón se encuentra tu carcelero, que sin entenderlo es la persona a la que amas o amabas. Pero la situación te ciega la vista.
Das un gran suspiro al saber que no está. Dejas todas las bolsas, el bolso, el abrigo y las zapatillas en la entrada y te diriges rápidamente a la habitación de tus hijos, frutos del antiguo amor. Los abrazas y notas como tu corazón se desgarra derramando una lágrima por tus dulces mejillas, quitándotela con la mano, aparentando una perfecta estabilidad. Escuchas el sonido de la cerradura y sabes que llegó la hora. Les dices a tus hijos: "Os quiero". Y te diriges al salón, donde te encuentras cara a cara con tu maltratador. 
Cada día es por un motivo diferente: una vez por cómo me visto; otra, por hablar con mis amigos y, al final, se vuelve una rutina en la que no sabes el porqué de sus constantes golpes. Te encuentras sola y notas cómo un fuerte puñetazo en la cara te hace perder el equilibrio y caerte al suelo. Tras ese impacto viene otro; y otro tras ese, sin motivo alguno. Después de treinta minutos de continuos guantazos, decide parar y dejarme respirar. Me levanto con un dolor que me impide andar con normalidad. Aún así voy lo más rápido que puedo al baño. Me limpio las heridas, que no dejan de expulsar sangre y las maquillo un poco. Llamo a todos para cenar. Él tiene una mirada amenazadora y yo, temblando, pongo la mesa y sirvo la comida. Meto a mis hijos en la cama y voy corriendo a la mía para poder escapar de esta pesadilla.

Llevaba cinco meses de continuos golpes y ya no podía más, así que decidí denunciarlo. Eran las ocho de la mañana. Me levanté para despertar a mis hijos, les preparé, les dejé en la puerta del colegio y, como sabía que el demonio estaba trabajando, fui a la policía. 
Me temblaba todo el cuerpo, no paraba de sudar y de darle vueltas a la cabeza, aunque en mi interior sabía que no podía seguir con esto. Al final, entré, muy segura de mí misma y conté todo lo ocurrido con mi marido. Lástima que el policía no me creyera. Pero ya no había quién me parara. Busqué una oficina de ayuda contra la violencia de género y ahí no sólo me creyeron, sino que me dieron todo su apoyo. Nos alejaron a mí y a mis hijos de tal bestia y, por fin, pude ser libre. 
Gracias a la terapia psicológica me dieron el empujón que necesitaba para, ahora, estar escribiendo este relato de denuncia, para que nadie calle ante esta situación.



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