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viernes, 18 de mayo de 2018

PRACTICAMOS LA ESCRITURA


"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo", Óscar Wilde

TIC-TAC

Verónica Mencía, 3º D

Las agujas del reloj se deslizaban lentamente, produciendo un pequeño sonido. Observaba cada pequeño detalle de la pequeña y oscura habitación. La luz que emitía el despertador explicaba que quedaban aún tres horas más hasta que la alarma saltara. Respiraba tranquilamente, puesto que tenía fe en la posibilidad de que el sueño apareciera de repente, interrumpiendo este eterno y repetitivo aburrimiento. Quería volver.

Mi estómago pedía con sonidos algo tristes que le diera cualquier alimento. Parecía estar agonizando por hambre. Finalmente, esa noche, el sueño parecía no tener ganas de dormir conmigo, así que dibujé todo lo que pude hasta que sonara la alarma que me recordaba, día tras día, que la vida es una continua rutina. Por fin, esa silenciosa habitación se inundó del ruidoso estruendo que producía el despertador todas las mañanas  del año.

Al llegar al instituto, salí de estar en silencio a hablar con mis amigos y escuchar otras conversaciones de fondo. Eso era paz; el ruido me calmaba. Reírme constantemente hace que el tiempo pase velozmente y antes de lo previsto suene el timbre. A la hora del recreo lo paso bien, pero me acompaña diariamente una sensación que hace que piense que me faltaba algo. Me sentía incompleta.

Cada vez que me sentaba y me disponía a estudiar escuchaba el incómodo silencio que albergaba mi habitación. Lo único que se podía apreciar eran las diminutas agujas que, segundo a segundo se iban desplazando. Dejaba los libros de lado; estudiar parecía un castigo. Cuando encontraba un hobbie que pudiera llenar mi inmenso vacío, prestaba más atención en mirar la hora. Todos los días cuando me doy una ducha intento ver los minutos que tardo y nunca entendí por qué lo hacía desde pequeña.

Y en cualquier momento en el que recordaba un problema tenía un presentimiento que me preocupaba: el tiempo pasaba mucho más lento. Me gustaba echarme siestas para compensar lo poco que dormía por la noche y porque era una manera más entretenida de hacer que el tiempo se acelerase. Pensaba que era la única persona que al quedar con amigos llegaba cinco minutos antes de la hora concreta, por si acaso.

A veces, me he planteado si en verdad somos libres, pero la respuesta es un NO, ya que el tiempo marca tus actividades diarias, tu edad y, quieras que no, miras como mínimo el reloj unas cien veces al día. Los humanos somos seres independientes, pero, aún así, hay algo que necesitamos, nos controla, nos limita; a veces pasa lentamente y otras veces ni te diste cuenta de que pasó. El tiempo domina todo lo que ves y aunque no lo creas, eres su presa. Todos lo somos.

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